«Alegrémonos también nosotros, hermanos, y dejemos que los paganos exulten de alegría. Para nosotros este día ha sido santificado, no por el sol visible, sino por su invisible creador» (Agustín, Sermón 186)
Si bien es cierto que no existen datos concretos del natalicio de Jesús de Nazaret, el Cristo, y como muchas otras festividades cristianas tienen su origen en el paganismo, así la fecha de la natividad o nativitatis, se generó a partir del culto al dios romano Saturno, cuyas saturnales se desarrollaban durante el solsticio de invierno, y fue el papa Julio I quien introdujo la celebración en el siglo IV, pero fue el papa Liberio hacia el año 354 quien lo decretó, no es el asunto aquí desmitificar una cosa u otra.
Ésta celebración de la navidad no es la fiesta de una fecha, sino de un hecho, la encarnación del Dios vivo que con ello santifica al género humano; sin embargo existen algunos otros temas entorno a ésta realidad, que si bien es cierto la mayoría son de índole soteriológico, no dejan de relacionarse con hechos naturales. Baste recordar quién es el autor de la creación universal, y hacer coincidir fenómenos astronómicos como la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis, que el astrónomo Johannes Kepler asoció con la estrella de Belén y que así otros tantos científicos han buscado hacer lo propio para referir el acontecimiento mesiánico mediante las observaciones astronómicas de la época, no obstante, los no creyentes han dejado de lado las consideraciones propias de la iglesia para su doctrina, como lo son <<la santa Tradición, la sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia>> (CIC. 95)
En ese crecimiento en la inteligencia de la fe, nos encontramos con el calendario litúrgico, compuesto en 3 ciclos, A, B y C, y que José Manuel Bernal, en su obra Para Vivir el Año Litúrgico, nos da esa <<visión genética de los ciclos y las fiestas>>, en la que en términos prácticos nos deja claro que cada celebración nos llevará a conmemorar permanentemente la pascua de Cristo, y a su vez, la iglesia tiene la manera pedagógica de encontrarle sentido en él, a todo cuanto acontece en el ciclo de la vida humana, nacimientos, estudios, emprendimientos, muerte, desesperanza y un largo etcétera en preparación a la parusía.
Así pues, el nacimiento de aquel que partió la historia de la humanidad en un antes y un después, litúrgicamente hablando, es la celebración del amor encarnado, para dar muestra de la fragilidad humana que en el Señor se fortalece y se enaltece como creatura predilecta por Dios, cual padre que ama no ha todos sus hijos, sino a cada uno. En ese sentido la natividad nos prepara para entender la pascua, de cómo el Dios hecho hombre, padeció y fue sepultado en su condición humana, para después poder glorificarse en el Padre.
Pero también a su vez, para poder celebrar la navidad, debemos prepararnos en el tiempo de adviento que nos ofrece la iglesia para lograr adquirir esa <<actitud contemplativa de gozosa admiración y alabanza>> (Bernal, p. 190), en la que por cierto las posadas son parte de dicha preparación, que por éstas fechas, pululan hasta en quienes se dicen no ser cristianos ni profesar ninguna fe, y que seguramente muchos de nosotros hemos asistido u organizado, pero permítame decir, que si en esas “posadas”, no hay villancicos, alabanzas, piñatas o pedimento de posada, que nos recuerdan el peregrinar de la Sagrada Familia hacia Belén, entre otros signos, no hemos asistido a una posada, sino más bien a una reunión, convivencia o fiesta en diciembre.
Como sea, el reto mayor es lograr emular el pesebre de Belén, en el corazón de cada quien, y así conseguir ser mejores personas. ¡Felíz Navidad!