Guerra de lodo



La lucha por el poder en medio de la disputa por el voto no ha sido tarea noble ni honorable. Unos más, otros menos, pero el ejercicio de contraste o diferenciación lleva con frecuencia al denuesto y a veces a la calumnia. El manual de la comunicación es que el escándalo y los extremos impactan más. El comedimiento o la mesura con frecuencia no están en el inventario de la lucha por los votos. Tampoco la verdad ni el respeto al adversario.

El problema es mayor cuando este recurso no es empleado durante la campaña y por un contrincante en búsqueda de los votos, sino cuando se hace desde el poder mismo y en periodo de tregua formal. La campaña de 2024 inició en 2018 y es el presidente López Obrador quien ha llevado la dirección, el modo y contenido por el oficialismo. La postura de culpar al pasado de la situación actual, tesis compartida con buena parte de la población que sirvió para que Morena y AMLO prevalecieran en la elección, ya en el poder ha sido un recurso de grosera propaganda. La corrupción del gobierno anterior sigue sin ser sancionada, pero el presidente acusa sin prueba, insulta sin recato alguno y descalifica a cualquier expresión inconveniente. Lo que es peor, la justicia penal y los instrumentos del Estado para combatir al crimen son utilizados para vencer al adversario. De igual modo, la prensa libre es objeto de intimidación y ataque; el presidente lanza casi siempre sus envenenados dardos a un periodista o un medio, nunca a un jefe criminal. Inaudito la embestida contra Ciro Gómez Leyva, pasaje particular de la política canalla.

La degradación de la política, las formas y el lenguaje es lo de hoy y se ha vuelto parte del paisaje. El lodo está siempre presente e inevitablemente reproduciéndose de manera inconveniente. Seguidores como Víctor Romo y los aspirantes a la presidencia se ven obligados a reproducir los modos presidenciales. A ninguno de ellos les queda bien, son de otra cantera; de hecho, López Obrador es singular e irrepetibles su modo de hacer política y de gobernar.

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El deterioro de los estándares civilizados para la lucha política también puede ocurrirle a la oposición. La provocación de López Obrador es una invitación fácil para mimetizarse en los malos modos. Vicente Fox mordió el anzuelo y ahora es motivo de pena y repudio en todos lados; en nada contribuye recurrir a la descalificación innoble de los prospectos de candidato que el presidente promueve.

La polarización propicia la guerra. Así es porque hay un sector amplio de la población con agravio justificado o imaginado sobre el pasado. Una democracia no es garantía de buen gobierno. Una población en los extremos facilita el radicalismo y la intransigencia, más aún, el comedimiento y la mesura suelen ser vistos con desconfianza, imprudentes o con rechazo. A futuro, la reflexión será obligada. La magnitud de los retos, particularmente en materia de seguridad requiere de un frente común que convoque a todos.

Es para llamar la atención la manera en que López Obrador resolvió la competencia por la candidatura presidencial. Accedió a la petición de Marcelo Ebrard, nada menor, de que los aspirantes renunciaran a sus responsabilidades, que afectó a su gobierno y al de la Ciudad de México; incluso formalizó sus reglas a través de la dirección del partido, aunque fue concluyente en que no habría debate, con la idea de que ceder en eso comprometería la unidad. Son dos las consecuencias: ataques por debajo de la mesa y el desinterés de los electores porque no hay manera de que los aspirantes puedan diferenciarse a partir de sus propuestas. Se diseñó un proceso a partir de la certeza de triunfo en la elección constitucional, privilegiando la unidad interna.

El sorpresivo método de la oposición para seleccionar candidato y la presencia ciudadana en la conducción del proceso tomó por sorpresa al presidente. Asimismo, la irrupción exitosa de Xóchitl Gálvez como candidata presidencial alteró la confianza y la certidumbre del mandatario, acentuando la ya de por sí su actitud pendenciera y calumniadora. Antes Carlos Loret, ayer el INE y Lorenzo Córdova, después la Corte y Norma Piña, ahora la oposición y Xóchitl Gálvez y más recientemente los medios y Ciro Gómez Leyva. Lodo para todos.


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