En la legendaria novela “Las uvas de la ira”, del escritor estadounidense John Steinbeck, la frase que le da el nombre al texto se refiere a la codicia de los ricos y a su falta de humanidad con las clases trabajadoras.
Ahora, la derecha pretende crear un personaje -una cosplayer, para los millennials de mi generación y los zoomers- falsamente indígena, aderezada con la idea neoliberal y despolitizadora de la persona que “surgió desde abajo” y que triunfó “echándole ganas”.
Por algún motivo, el presidente Andrés Manuel López Obrador, a quién el poder judicial golpista de este país ahora pretende callar, llevó poco a poco al globo Xóchitl Gálvez a los reflectores para terminar exponiendo su enorme corrupción.
Son 1400 millones los que Gálvez, -en el menor de los casos, una mujer junto con su familia, envuelta en graves conflictos de interés; en el peor de los casos, una corrupta-, se embolsó en menos de una década con una combinación de contratos de adjudicación directa con el gobierno y posible tráfico de influencias con las mafias inmobiliarias durante su gestión cómo alcaldesa.
Por supuesto, el junior golpista Claudio X. González y sus esbirros jamás investigarán los “negocios” ventajosos de Gálvez y su familia en su membrete golpista financiado por USAID, Mexicanos “a favor” de la corrupción. Ese bodrio está hecho nada más para golpear a los enemigos del oligarca y sus compañeros de clase social, no para “investigar” de forma periodística temas de interés nacional.
Las ocurrencias de Xóchitl, ese contenedor vacío en donde la derecha ve su respuesta a personajes cómo Claudia, Adán o Ebrard están a punto de agotarse. Su biografía falsa y anecdótica, también. Únicamente quedarán unas “gelatinas de la ira”, rancias, pero con ventas de mil 400 millones de pesos.