Eugenio Salvador Dalí dijo que México era un país surrealista, el tipo era un genio. Pero nada se compara a Colima, la estremecedora realidad, hubiera sido inimaginable.
Cientos de cadáveres inhumados de forma clandestina. Previamente, las personas fueron torturadas hasta morir. Vecinos describen los gritos de dolor que se escuchaban en medio de la penumbra en la comunidad de Santa Rosa, en Tecomán. El miedo los hizo callar, la impunidad los obligó a vivir simulando que nada pasaba. Sin castigo para los responsables, sin justicia para los setenta y tres finados, las masacres continuaron.
Cerro de Ortega, también en Tecomán, es aún peor. La Fiscalía del Estado informó gradualmente el hallazgo de cuarenta cadáveres, luego cincuenta; la cifra se elevó hasta noventa y dos. No encontraron más, porque suspendieron la búsqueda, así me lo informó una persona relacionada con el tema.
El Fiscal General, Bryant Alejandro García Ramírez dijo “los vamos a buscar como nunca antes, seremos el Estado que más busca hasta devolver la paz a sus familiares”, al referirse en una entrevista a las personas que “desaparecen” en Colima. Asumo que necesita justificar la paga que recibe, por supuesto, su trabajo desmerece a la institución.
En ambos casos, el territorio ocupado por los asesinos fueron convertidos en campos de exterminio, el tamaño de la organización criminal con capacidad para secuestrar, transportar, torturar y asesinar a 73 personas en Santa Rosa y 92 en Cerro de Ortega, refleja la dimensión del problema en el que estamos inmersos.
Fui testigo presencial de dos secuestros en Jalisco. En ambos casos en la vía pública, sin una patrulla cercana que ayudara a las víctimas que pelearon por sus vidas. Todos los testigos presenciales no movimos un dedo por ayudar. Los delincuentes iban armados, se dedican “profesionalmente” a matar personas.
Menciono el antecedente pues, para que “desaparezcan” 1,700 personas (cifra aceptada por la autoridad) en Colima, implica toda circunstancia imaginable, desde que se van por motu proprio, hasta que existe una organización criminal perpetrando las desapariciones.
Las masacres en fosas no son limitativas. El terror se extiende por las calles en nuestro estado, los sicarios disparan sin mediar palabra en el interior de las viviendas, comercios, automóviles o en la banqueta de cualquier colonia. En ocho años, 5,493 personas fueron asesinadas en Colima, equivale a exterminar a la población en el municipio de Ixtlahuacán.
Pese a todo lo anterior, los burócratas desayunan y toman café cada mañana en una reunión en la que se platican sus grandes logros: nada. Posteriormente socializan la información de sus charlas y selfies. Por último hacen un recuento de vez en vez, cuando se acumula la numeralia del horror.
El epítome del surrealismo apareció flotando hace apenas unos días. Un cadáver que fue arrastrado por la corriente de agua de la creciente en un río que anegó una avenida de la capital. El hecho fue compartido en video por usuarios de redes sociales. Todos lo vimos, incluso, menores de edad que estuvieron en el sitio.
Evidencia el desprecio por la vida que algunos tienen. Pone en relieve la ausencia de gobierno de Indira, una feminista que ni siquiera en este tema le abonó a la causa que dice abanderar.
El imperativo categórico de someter a votación su permanencia en el poder mediante la figura de la revocación de mandato, es incontrovertible. El daño que hace a la sociedad colimense es irreversible e inconmensurable. Lo mejor que podría suceder es que dimita al cargo, pero evidentemente no está en sus planes.